lunes, 10 de mayo de 2010

De mi pequeña pero gran heroína cotidiana


Si los niños aprenden desde pequeños, nosotros también podemos seguir aprendiendo cada día… Y tengo la suerte de ser un aprendiz de estos grandes maestros. Vicky es mi heroína cotidiana de carne y hueso.

Me sorprendo a mí misma observando a mi hija, veo y valoro la tremenda capacidad que posee para enfrentarse con algunas situaciones, comparando sus envidiables reacciones con las de cualquiera de nosotros… preguntándome irremediablemente ante sus acciones ¿quiénes son los adultos, ellos o los mayores?
Contemplo cuando esta junto a mis sobrinos sentados en sus sillitas alrededor de la mesa, centrados mientras dibujan, arman un rompe cabezas o mientras escuchan un cuento. Para ellos ¡sólo existe ese momento!, se encuentran tan inmersos en él que todo lo que les rodea ¡desaparece de inmediato!, absorben cada una de las experiencias como si fuesen irrepetibles: El rompe cabezas, la pintura el cuento o jugar en Internet ¡son lo que les interesa!... Nosotros, sin embargo, creo que muchas veces no somos capaces de un nivel tan alto de concentración ¿verdad?: incluso quienes se dediquen algunos minutos a leerme, pueden que estén recapacitando sobre la tarea que aún está pendiente, sobre los mails que hay que dar respuestas en el día porque vienen colgados desde el fin de semana pasado o simplemente en lo que se necesita comprar para la cena al salir de la oficina.
¡Que conste que puede que yo piense más o menos lo mismo mientras escribo!
Otro de los detalles que me fascina en el tiempo que llevo de ser mamá es en el talento de los pequeños para maravillarse ante las cosas más sencillas… Un día de lluvia lo convierten en un festejo; no se conforman con ver las gotas resbalar por el vidrio de la ventana, prefieren asomarse lo más cerca para sentir la presencia del agua en sus dulces rostros y manitos.

Pienso que a veces preferiría ser como ellos cuando, por ejemplo, no son capaces de tener rencores. Cuando sus mentes se recuperan de inmediato tras un problema. Cuando sus corazones ven más allá de las apariencias. Cuando son espontáneos sin tener que analizar las situaciones. Cuando ven las cosas pequeñas con cariño y las grandes con sorpresa. Cuando cantan a voz en grito sus canciones preferidas. Cuando se visten de fantasmas, de brujas, de princesas, y en el caso de mi sobrinito Agustín de príncipe jugando alegremente con temperaturas de 35ºC sin importarle cuanto calor haga llevando encima el disfraz.
Ellos cuando sonríen, sonríen y sonríen. Cuando se caen, sienten dolor pero se vuelven a levantar, y a caer, y a levantar, y a caer, y a levantar… Cuando la tristeza les dura un segundo y la alegría les dura muchas horas. Cuando no necesitan apenas nada para cubrir sus necesidades, cuando no tienen prejuicios, cuando aceptan las circunstancias hasta que su intuición les dice lo contrario. Cuando no se dan por vencidos para alcanzar sus deseos (por mucho que nosotros tengamos que taparnos los oídos, más de una vez, para no escuchar sus tremendos berrinches mientras nos piden la pretensión de turno ¿a qué sí?)…

¡Así son los niños! Pero si hay algo especial de esta extensa lista que voy armando, que podría ser mas larga que la expuesta, es que cuando están cansados físicamente ¡caen rendidos en cualquier sillón o colchón al instante!, ¡me resulta envidiable! Vuelven a no plantearse que el lugar no es el adecuado, que el momento no requiere. Sencillamente ¡se duermen de inmediato porque el cansancio les vence!... Y nosotros, ¿qué hacemos nosotros los adultos? Y… ¡nos repetimos hasta el cansancio que ya llegará el momento adecuado para tomarnos un merecido descanso, mal pensando que sin nuestro pleno funcionamiento el mundo se puede parar y alcanzando el pésimo límite con un “¡Ya no puedo más!”… ¿Es esto realmente razonable?, porque me late que la mayoría dejamos demasiado a menudo que nos confundan las “obligaciones”.

Y me pasa que en referencia a la idea de las enormes diferencias que mantenemos con la niñez a veces me veo cuestionándome como madre y educadora si transmito inconscientemente a mi hija mis “malas costumbres”…
Recuerdo cómo de chica me entristecía si una amiguita se enojaba conmigo, o si me peleaba con mis hermanos o si recibía un llamado de atención de parte de los mayores...
Ahora pienso y creo que nuestros desconsolados llantos ¡no podían evitar de ninguna forma que nos cayéramos al suelo mientras jugábamos en la calle, o que rompiéramos el jarrón de la abuela por nuestra torpeza ... Y mientras nosotros nos bañábamos en el mar de esas lágrimas ¡nuestros padres también se angustiaban!, ya fuera por nuestro dolor en la salida del primer diente, ya fuese porque no comíamos, porque no estudiábamos, porque éramos demasiados traviesos o demasiado tímidos… El caso es que, generación tras generación algo va cambiando, aunque en ciertas cosas hemos permanecido en un sin vivir.
A veces pienso que es uno mismo quien insiste en poner el mundo al revés.
Que bueno seria que desde niño se pueda crecer mirando fijamente hacia el lado más amable de la vida, y alguna que otra vez mantener como adultos esa chispa de ilusión infantil que nunca jamás debería de desaparecer.
Puede que algunas de mis palabras parezcan una utopía, pero si considero que sería bueno intentar hacer que la vida sea un proyecto útil, aceptable, maravilloso para nosotros y para los demás, sobre todo para nuestros hijos.


De los niños se debe aprender diariamente, y aunque pensemos que tan pequeños y sin experiencias en la vida son, es tremendo todo lo que nos pueden llegar a enseñar!

5 comentarios:

  1. Hola querida amiga Sandra, me han encantado tus palabras.

    Sinceramente , creo que la mejor etapa en la vida es la de nuestra niñez , que está impregnada de una dulce inocencia que nos hace ver todas las cosas de forma maravillosa,sin preocupaciones , ni mirar hacia un futuro lejano , porque en ese momento lo importante es vivir ese presente y siempre con una sonrisa radiante.

    Debe ser maravilloso compartir esos momentos con tu hija Vicky, porque como bien dices te transmite su naturalidad , su alegria , su pasión por vivir y se aprende mucho de ellos y ciertamente es una verdadera heroína.

    Un Abrazo muy grande y besos para ti Sandra y para Vicky.Vuestra amiga desde españa que os quiere.

    ResponderEliminar
  2. Hola Vicky, siempre es un placer que pases por este rinconcito.
    Sabes.. desde que me hice mamá me dí cuenta que no hay mejor sensacion que la de compartir la vida con un ser que es un pedacito de uno, la palabra amor se hace pequeña frente a todo lo que nos pasa.
    Hay veces querida amiga que no hay letras ni palabras que puedan definir lo que se siente.
    Gracias por tus comentarios,
    Cariños desde Argentina.

    ResponderEliminar
  3. Hola Sandra, hermoso lo que escribiste... es muy simple poder entenderte y compartir estos pensamientos contigo. Seguimo leyendote!!!

    ResponderEliminar
  4. Los niños son muchas veces los mejores profesores,son una especie de espejo los cuales se dan cuenta de muchas cosas qe a veces para nosotros pasan inadvertidas.Cuidate,bye!

    ResponderEliminar
  5. Muy bonito el texto, cuantos recuerdos se guardan en la niñez, son vivencias que ya no se olvidan, que disfrutes de tu hija.
    un placer pasar por tu casa.
    feliz semana.

    ResponderEliminar