miércoles, 19 de agosto de 2009




Llorar!, ¡sí! ¡llorar!

Llorar….y llorar

... Suelo llorar bastante a menudo, quienes me conocen ya lo saben, lloro de alegría o de tristeza. Es mi forma de expresarme cuando no encuentro las palabras adecuadas.

A veces, me pregunto qué son esas lágrimas...


Podría buscar la fórmula química de las lágrimas, pero ¡sería una Pavada total !. Sabemos que las lágrimas no son nada más que unas gotas que humedecen nuestro rostro, un líquido que sirve para lavar el globo ocular, como leí cierta vez... Pero las lágrimas lavan también otras cosas.


Las lágrimas abren sus corolas celestes sobre un signo de interrogación. A veces son una pregunta. A veces una respuesta. Pero siempre llevan consigo un mensaje...al menos mis lágrimas.
Siempre es como esa mano que se tiende, suplicante y abierta, en busca de otra mano que la estreche. Y nacen lejos de los ojos.
Las lágrimas nacen en una región de nuestro interior, ésa que el miedo paraliza; ésa que la emoción o la tristeza dejan un instante suspendidas en el aire, igual que cuando bajamos en un ascensor demasiado rápido; esa que evidencia que existe justamente en el momento en que la amargura la define con un cosquilleo, con una vuelta de tuerca, con un temblor.
Llorar es, un poco, decir adiós a lo que los ojos vieron antes de las lágrimas.
Porque las imágenes anteriores ya no serán las mismas.

Porque cada vez que las miremos, después de las lágrimas, las imágenes estarán impregnadas de esa humedad salada.
Nada es igual después de llorar.
Ni la alegría, ni el dolor, ni la luz, ni la fe, ni la amistad, ni el amor...
Pero creo que lo que más cambia una lágrima es a quien llora.


A mí me han ido cambiando esos llantos que he derramado en mi vida: Los que inauguré en mi infancia, los que gritaron en mi adolescencia, los que brillaron para mostrarme el sendero bello y cambiante del cariño, de la amistad y del amor.
Los llantos que me borraron el espejismo de que cada uno, en este mundo, teníamos adjudicado un techo, un pedazo de pan, una cuota de felicidad, un renovado asombro cotidiano.
El llanto en el que me despertó una niñita recién nacida en mis brazos, en mitad de la noche, el que me hizo madre y más mujer... Los llantos que se perdieron detrás de una maraña de rabias, de ausencias, de abandono, de negaciones, de traiciones, de inutilidad...de soledad…
¡Sí!, a mí me han ido cambiando las lágrimas que he derramado en mi vida.
Esas lágrimas que, no sé por qué magia, por qué milagro inesperado, disolvieron esas espinas que suelen ir creciendo en las personas que se aman, y las van arañando sin que lo adviertan, y van impidiendo que uno se acerque al otro por miedo a lastimarse y por miedo a lastimar, y uno no quiere decir que las ve, que las toca, que las siente, sino que cierra los puños y los ojos y las niega, las niega, las niega.

Detrás de cada persona siempre hay una historia. Detrás de cada lagrima siempre hay una luz…síguela pues es lo que se llama Esperanza.

1 comentario:

  1. Hola Sandra,¿cómo estás? Gracias por tus comentarios positivos y tu buena onda. Escribís muy lindo, ¿escribís cuentos? Si lo hacés estaría bueno que publiques alguno...
    Ah y respecto a las lágrimas hay un tema muy bonito de un grupo español (Héroes del Silencio) que se llama "No más lagrimas", seguramente te gustaría la letra...
    Un abrazo grande,
    Mari

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