viernes, 18 de marzo de 2011

¿Viejazo?


Crisis a unos días de los 30


Hay situaciones que te declaran descaradamente y a quemarropa que el tiempo pasa (te guste o no): tu cumpleaños de quince, el día en que terminaste la secundaria, eso años de facultad, cuando te dieron un diploma en una salón lleno de gente o fuiste la novia o el padrino de una boda. Nació un hijo, un nieto, o hubo un funeral y todavía no podés asimilar que estuviste ahí presenciándolo todo.
Pero hay otros pequeños momentos muy sutiles, con un encanto agridulce particular -como ciertos platos de Oriente-; no tienen nada que ver con las etiquetas sociales que te transforman de niño en adolescente, de adulto en anciano ni ninguna edad en particular, pero son reveladores -a su maneta- de que el tiempo va pasando suavemente y sin demostrarse a lo grande: va en discretas oleadas, como el mar sobre la playa. Y que somos -si queremos serlo, la naturaleza no nos obliga- los testigos impensables de ese cambio.
Y así sucede que la primera vez que alguien te dice “señora” en lugar del tradicional “señorita” te sorprendes un poco, pero sin inquietarte: hace ya años que recorres con paso firme los caminitos de este mundo, por qué no ver simpática la idea de que los demás también se dan cuenta y que ya no es un secreto. O cuando cambiás de estilo de ropa y por eso tu vestidito floreado, ese que era tu favorito, ya no te hace sentir espléndida porque ahora te parece más apto para tapiz de un sillón de campo que para tu cuerpo; cuando Tomar mate ojeando el diario en la oficina te parece preferible a bailar arriba de un parlante; cuando no entendés cada nuevo adelanto tecnológico si no te explica pacientemente tu hermano menor (lo que parece un golpe bajo), o cuando ves a tu hija (tan chiquita ayer) más grande que nunca (¿cuándo le crecieron esas piernas tan largas?), empezando un nuevo año en el colegio, copiándote los ademanes cuando se recoge el cabello para colgarse la mochila al hombro, saludándote con autosuficiencia (ayer nomás se abrazaba a tu pollera, llorando a mares porque ella se quedaba en el colegio y vos te ibas) y diciéndote con dulzura: “ya estoy más grande, mami, vos no me extrañes, que yo ya sé que después nos vemos.”

2 comentarios:

  1. Yo cuando cumplí, no los 30, si no los 40, me eché a llorar, solo con pensar que empezaba una década nueva y ya con 40... no se yo el día que cumpla los 50... aunque aún queda bastante para ello.

    Un beso.

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  2. Hola María, creo que todas las mujeres pasamos por cierta metamorfosis cuando pasamos una década,a algunas nos llega más a otras menos pero en esa nostalgia que se siente hay una mezcla de nuevos sabores y eso hace que la vida siga siendo más interesante, un abrazo.

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